lunes, 29 de septiembre de 2008

El "MITO" del amor a la camiseta



Jaime Tollman nació "Rusito" y se dio vuelta cada vez que escuchó ese apodo hasta que el fútbol lo hizo famoso.
Como Jaimito.
O simplemente, "el Mito".
Tollman jugaba de nueve.
Le pegaba con las dos piernas, cabeceaba con elegancia y era frío a la hora de enfrentar a un arquero.
Hizo muchos goles.
Nunca festejó.
Siempre recibió la felicitación de sus compañeros mientras sus manos hacían el clásico gesto de pedir perdón a la hinchada contraria.
Es que Jaime era record en transferencias.
Las estadísticas dicen que pasó por veintisiete clubes.
Siempre goleador.
Más de una vez, un cuatro de esos que nunca faltan, simple y opaco, le pidió permiso para usar su gol con el fin de mejorar su cotización o levantarse una mina.
Y Mito se lo regalaba sin reparos.
Era un nueve triste.
Sus colegas se colgaban del alambrado, sacaban caretas de los bolsillos, mostraban tatuajes de madres orgullosas en el pecho, o señalaban a la "fila ocho asiento 15" de la platea para dedicar sus conquistas a las conquistadas de turno.
Algunos hasta se ganaban una tarjeta amarilla por festejo desmedido.
Mito cabeceaba, convertía, juntaba sus manos, agachaba la cabeza, y pedía a sus compañeros que lo dejaran cumplir con el duelo de haber anotado contra un ex equipo.
Mito tenía muchos ex equipos.
Cuenta la leyenda que cierta vez, al anotar un gol que significaba un campeonato, fue tal la tristeza que su propia hinchada guardó silencio en homenaje al dolor de su ídolo.
Y la suerte esquiva quiso que, a la hora de enfrentar a un club desconocido para su corazón, nunca marcara.
Más de una vez, en esos encuentros, un Mito muy nervioso la metió accidentalmente en su propio arco.
Mito se retiró si festejar.
Volvió a ser el Rusito.
Pero nunca se alejó del mito.
Porque se transformó en el centrodelantero más triste de la historia del fútbol.
Fue también el mayor enamorado del fútbol.
O de cada camiseta que usó.
Nota: Jaime Tollman nunca vistió los colores de la Selección de su país. De haberlo hecho, quizás hubiese gritado algún gol con dos consecuencias muy graves: hoy no sería un mito y yo nunca hubiera escrito este cuento.

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